La deuda de Heinmann 2º parte


1º parte.


Los Grandes Espaderos supervivientes, cubiertos de sangre y barro, vieron una luz al final del túnel que conducía a la superficie. Se habían perdido irremediablemente en las catacumbas y habían decidido dirigirse hacia el foco de luz más cercano, con los voluntarios de la Compañía Libre detrás avanzando a trancas y barrancas. Jaegar desenvainó su espada a dos manos en cuanto llegó a una estancia débilmente iluminada y se giró para dirigirse a los escasos supervivientes de las fuerzas de contra-minería.

“Bien, esto parece el camino por el que los enanos entraron en las catacumbas. Tal vez queden algunos: pero, con un poco de suerte, estaremos en una posición idónea para descuartizar a esos malditos tapones y neutralizar su artillería. Formad y, cuando yo os diga, cargaremos”.

Jaegar se preparó y sus camaradas le rodearon, hombro con hombro. Con un grito ensordecedor, las tropas del Imperio cargaron hacia la luz del hirviente sol del verano. Jaegar se dio cuenta demasiado tarde de que el sol los iba a cegar y la carga se desintegró en una turba caótica. Unos pocos Guerreros del Clan que se habían quedado protegiendo la retaguardia de las líneas enanas apagaron sus pipas y agarraron sus hachas, cargando contra los cegados humanos en medio de gritos de guerra y juramentos. Jaegar asestó un golpe instintivo y pudo sentir como su hoja alcanzaba a su adversario, pero podía oír los gritos de sus hombres a su alrededor. Su error había sido fatal y no le quedaba otra opción: su unidad huyó, y con ella los soldados de la Compañía Libre, corriendo ciegamente hacia los árboles. 

Relato extraído de la White Dwarf 71.

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